En todo el restaurante late una inusitada armonía entre el lenguaje de las brasas y el espíritu del vino. Al fondo del comedor, una parrilla elemental de la que emanan aromas a leña de encina; en un lateral, reflejos del receptáculo de cristal donde duermen centenares de botellas. Sobre las mesas, platos de barro junto a copas firmadas por Riëdel. Contrastes entre lo rural y lo moderno.
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