Ballena a la vista!". El vocear de los vigías desde las torres de madera apostadas en la costa suena trasnochado, pero en las islas Azores todavía se escucha esa letanía que ponía en marcha a todos los marineros de la zona. Ya no son rudos navegantes armados de arpones los que saltan a las embarcaciones en busca del gigante del mar, ahora son turistas, cámara en ristre y guiados por biólogos, los que ponen rumbo al horizonte, allá donde resoplan los vapores.Las áreas litorales del noroeste peninsular, junto con las inmediaciones de las islas Azores, agrupan los puntos de observación del cetáceo más singular que se acerca a las costas europeas.
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