Se quedan. Claro que se quedan. Lo raro sería que no lo hicieran. A la una de la tarde de un día cualquiera de otoño -tanto daría que fuera invierno, primavera o verano-, en torno al quiosco de la plaza de Los Llanos de Aridane, en la isla de La Palma, eje de la vida ciudadana, acentos teutónicos, cabelleras rubias y pieles blancas se entremezclan ostensiblemente con el pelo negro, la tez bronceada y la suave cadencia del habla palmera. Son "los alemanes", así, en general, aunque algunos no provengan exactamente de la República Federal, sino de Bélgica, Holanda y otros países aledaños.Llegaron hasta esta pequeña isla perdida en el Atlántico, declarada este año por la Unesco reserva mundial de la biosfera, atraídos por el boca a boca, algunos mucho antes de que se implantaran los vuelos chárter y aumentara la oferta hotelera.
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