Un helicóptero nos posa sobre la cima del Titiroa, en una pequeña depresión entre dos pequeñas lagunas salpicada con la última nieve del año. Podría ser un monte más de Nueva Zelanda, pero no lo es. Y no sólo porque allí se hayan rodado escenas de El señor de los anillos, ni porque persona alguna haya vuelto allí desde entonces, ni porque nos lo haya descubierto el piloto del helicóptero del Calypso, el barco de Jacques Cousteau. No, es un lugar especial porque a sus pies se extiende la zona de los fiordos de la isla Sur, con bosques, ríos, lagos y otros montes, parajes absolutamente vírgenes sin posibilidad de acceso.
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