Suiza tiene también su obra faraónica. Y tratándose de un país que ha convertido el ferrocarril en su mejor medio de transporte público no es de extrañar que esta obra sea precisamente un tren. En concreto, una cremallera capaz de penetrar en las entrañas del ogro del alpinismo europeo (el mítico Eiger, de 3.970 metros de altura), para llevarnos a la estación ferroviaria más alta de Europa, a 3.454 metros de altitud: la de Jungfraujoch.
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