Nada más dejar atrás Aguilar de Campoo y las montañas que lo han visto nacer, el Pisuerga, que ya es un río grandecito, bordea el páramo de las Loras por el cañón de la Horadada, entre cortados de más de cien metros de altura. Junto al despeñadero, formando un segundo escalón, se levanta la meseta de las Tuerces, en cuya masa caliza el agua laboriosa ha esculpido una ciudad de cuento de Borges, llena de túneles, puentes, pasadizos, laberintos y mesas gigantes. Una ciudad que recuerda mucho a la Encantada de Cuenca, con la diferencia de que aquí no hay taquillas, restaurantes y tenderetes de trilobites, porque las Tuerces son, además de monumento natural, monte público.
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