Aranjuez se queja de que el turista abandona la ciudad apenas visitado el palacio real y los jardines del Príncipe. Frente a esa realidad redobla su afán hospitalario un hotel casero, algo aislado del tráfago palaciego, que hereda -sin pedigrí monumental- parte de un edificio de cuatro niveles construido como residencia por la familia de su actual propietaria. Sólo los dos primeros pisos guardan relación con el establecimiento. Incluso la corrala, en torno a la cual pivotan las habitaciones y unos apartamentos de renta antigua, queda bastante a trasmano de lo que se cuece en el hotel, que es mucho en fogosidad decorativa y en atenciones personales, pero insuficiente en aprovechamiento arquitectónico de ese castizo patio de vecindad con la ropa tendida y todo.
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