Es como estar y no estar. Saborear, por un lado, la douceur de vivre de la dulce Francia, y por otro, estar ya en una geografía distinta. Las islas de Oléron, Aix y Ré son otro mundo, o por lo menos otra Francia. El pretil desde el cual Francia estiraba la pierna hacia su orilla ultramarina. Si habla uno con los isleños, le elogiarán, sobre todo, la luz opalina, el sol copioso, el ambiente bonancible (por la corriente cálida del Golfo); lo que no te explican es que si los cielos están limpios es porque el viento se encarga de barrerlos.
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