Sobre las costas del Chubut, en la Patagonia central, sopla, incesante, el viento del Atlántico Sur. Corre leguas y leguas sin obstáculos y las olas estallan, como lo han hecho desde hace milenios, a los pies de los acantilados. A vuelo de gaviota, el barquito debe verse bastante inocente con sus pasajeros embutidos en chalecos color naranja, balanceándose en el mar picado.Aferrados a la borda, ateridos y expectantes, bañados por la lluvia marina que el viento esparce en todas direcciones, somos otra versión, más modesta, menos heroica, de aquellos navegantes legendarios que, como Magallanes o como Francis Drake o como el Capitán Cook, oteaban desde este mismo mar estas mismas costas buscando refugio en su largo viaje al sur.
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