La forma más usual de llegar a Rosario es por la autopista que la conecta con Buenos Aires: 300 kilómetros, cuatro horas en colectivo (autobús) desde la estación capitalina de Retiro; una distancia poco menos que insignificante para las dimensiones argentinas. El viajero que ha atravesado el vértigo de las avenidas porteñas y ha recorrido miles de kilómetros para alcanzar los glaciares patagónicos o las cataratas del Iguazú encontrará, ya en ese trayecto por carretera, la pista del ritmo rosarino, una cadencia dulce donde se puede reposar sin perder el pulso urbano. Ese viaje es, por otra parte, una buena manera de otear la denominada Pampa húmeda, una planicie perfecta: apenas hay alguna elevación del terreno, y alguna curva, en esa carretera y en todo lo que la rodea hasta el lejano horizonte.
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