Hay ciudades que en su código genético llevan impresos cientos de lugares comunes y San Sebastián es una de ellas. Los donostiarras -que son simpáticos y hospitalarios- saben que la mejor forma de impresionar a viajeros primerizos es utilizar su más antigua e infalible arma secreta: el stendhalazo. Consiste en situar al debutante de la ciudad en el centro geográfico del arco que forma la bahía de La Concha y esperar a que el síndrome que enfermó al escritor le llegue tan dentro que no pueda evitar tirar del topicazo del marco incomparable.
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