Si se llega a Basilea en avión, conviene fijarse bien en los carteles del aeropuerto porque, según por qué puerta se salga, puede uno encontrarse en Suiza o en Francia. Y es que Basilea comparte aeropuerto con la vecina ciudad francesa de Mulhouse. Ha sido ese carácter fronterizo (en un conjunto de colinas junto al Rin, entre Suiza, Francia y Alemania) lo que ha conferido a Basilea buena parte de su prosperidad y dinamismo económico y cultural. Pero, pese a encontrarse en una confluencia de lenguas y países, la ciudad tiene un carácter inequívocamente suizo germanófono, que se nota en todos los detalles: en la arquitectura, en los impecables tranvías pintados de verde, en sus maravillosas tiendas de chocolates, en las no menos maravillosas panaderías con escaparates en los que se amontona una variedad de panes que parecen la ilustración de un cuento infantil sobre la tierra de Jauja, y hasta en los aguerridos ciudadanos que utilizan la bicicleta como medio de desplazamiento habitual en esta ciudad de inviernos crudos y calles con cuestas empinadas.
Categorías:
Etiquetas:
0 comentarios
¿Quieres comentar? Regístrate o inicia sesión