Habéis estado alguna vez en el Gran Atlas marroquí? Yo sólo lo había cruzado por la carretera que une Marraquech con Uarzazate, a los pies del monte Tubkal. Alguna vez había que desorientar la brújula y recorrer la transversal de esta región de leyenda dentro de un país de leyenda; internarse más allá del asfalto por pistas que se confunden con el surco de los ueds, en el fondo de los barrancos, y que ascienden sinuosamente hasta los puertos. Cuando la vegetación desaparece, a medida que se gana altura, hay que conformarse con la luz y los colores minerales: violetas, ocres, sienas, amarillos. Estamos entrando en la tierra mágica de los aït haddidou, montañeses bereberes adaptados a la dureza del clima (se aprecia en la piel de cuero de algún pastor solitario que saluda al pasar) y a la belleza esencial del paisaje (de la que conoce más quien logre que le traduzcan algún cuento de la riquísima tradición oral).
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