Desde el cielo, Bangkok es gris y marrón. El aire humeante, como una densa niebla, envuelve a una de las ciudades más contaminadas del mundo, atravesada por un río gigante, el Chao Phraya, que más que llevar agua parece transportar arena. Una vez en tierra firme, la capital tailandesa sigue siendo una de las más exóticas: una combinación de modernos rascacielos, templos del siglo XVIII, mercados y calles llenas siempre de gente, donde escaparates de productos de alta tecnología se mezclan con puestos callejeros, mientras jóvenes modernos de marca se cruzan en las aceras con monjes budistas de túnica naranja.
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