Fui a Zahara sin saber que la palabra tunante venía de atún. Eso al menos es lo que un sabio benedictino del siglo XVIII, el padre Martín Sarmiento, le explicó en un memorándum al duque de Medina Sidonia, quien se había dirigido al monje para esclarecer la causa de la escasez de atunes en sus costas gaditanas; como se ve, el apocalipsis de las especies marinas no es una exclusiva de la modernidad. En sus Conjeturas sobre la decadencia de las almadrabas, el padre Martín responde al duque del momento que "los atunes no tienen patria, ni domicilio constante. Son unos pezes errantes, y unos tunantes vagabundos, que a tiempos están aquí, y a tiempos están allí", elucubrando a continuación que, si bien su deducción no es científicamente infalible, las voces tuno y tunante tendrían que derivar de la voz atún, el thynnus latino, sobre la base, más etiológica que etimológica, de que "los vagabundos y tunantes son unos atunes de tierra, sin patria fija, ni domicilio constante y conocido, ni oficio ni beneficio público, y tal vez sin religión y sin alma".
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