Al terminar uno de los recitales de poesía que Federico García Lorca ofreció a su regreso de Cuba se tumbó sobre un sofá con la cabeza echada hacia atrás y cerró los ojos. Alguien aprovechó para preguntarle que dónde preferiría estar en ese instante. Él contestó sin vacilar: en los pinares del Occidente de Cuba.
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