Como si Watteau o Fragonard hubiesen repintado Castilla y la hubiese puesto en verso Meléndez Valdés. Castilla no son sólo secarrales; pueblos de casas de tres alturas, atravesados por una carretera comarcal; personajes de Gutiérrez Solana; cochiqueras y terneros encajonados en cubículos para su engorde. La simbología del secano tiene su atractivo, pero es que, además, Castilla son también curvas, lagunas secretas y recovecos, ríos encajonados, follaje, edificaciones imposibles en el imaginario estereotipado del trillo, la iglesia, la escuela y el cuartel de la Guardia Civil. Si es primavera, llegar a las inmediaciones de Riofrío, de La Granja, y desembocar en la belleza incontestable de Segovia, constituye un espectáculo de colores: los de la amapola, la retama, los jarales que dan a las colinas apariencia de invierno nevado, el cantueso malva, el crema nebuloso del pan y quesillo.
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