Si uno viaja a Berlín procedente del oeste de Alemania -desde Bonn, Düsseldorf o Hannover, por ejemplo-, ha de pasar inevitablemente por la ciudad de Wolfsburg. Después de contemplarla asombrado por la ventanilla es probable que el viajero se quede dormido, pues el camino no vuelve a ofrecer nada de interés hasta llegar a la capital alemana. Si despierta allí, puede creer que lo que ha visto ha sido un sueño y dejará pasar la ocasión para descubrir este enclave tan singular. Porque lo cierto es que el repertorio que Wolfsburg ofrece a los amantes de la arquitectura tiene poco que envidiar a la metrópoli berlinesa.
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