Viajar a la Toscana es entender por qué Stendhal dio nombre a un síndrome o por qué Forster escribió novelas de anglosajones soliviantados por la luz y el patetismo de la estatuaria. La sensualidad, el blanco del alabastro y el granate del vino, el apaciguamiento y la intuición de lo ingobernable, el dorado de la uva y los cipreses negros hablan de la falsa paz del paisaje y de la falsa inspiración de los artistas que, por la propia esencia del arte, domeñan sus primeros impulsos. Llegar a la Toscana es buscar otra forma de verdad, proyectar sobre lo que se mira lo ya sabido y deformarlo: por eso los cipreses son violetas y negros en lugar de grises o verdes.El paisaje toscano quiebra sus regularidades y, sin embargo, es armónico: las extensiones de viñedos se cruzan con las de olivo y se fracturan con una higuera aromática.
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