No se tarda prácticamente nada, basta un paseo por el centro, una mirada genérica y un ribera acompañado de un montadito, para darse cuenta de que Valladolid es una de esas ciudades en las que es preciso escarbar, ahondar en la tradición, para sacar lo mejor de ella. No es de las que se ventilan en una tarde. Si se opta por esa elección, sólo la mitad de su encanto quedará asegurado.
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