Los primeros meses los pasé en un soleado apartamento situado en la plaza de Maria Teresa, uno de los rincones más bellos de la ciudad. Con sus soportales afrancesados y sus delicadas palomas picoteando sobre los bancos de hierro, la plaza es uno de los corazones del barrio aristocrático. Sus palacios de granito torneado acogen suntuosas viviendas con pedigree, tiendas elegantes y pequeños delicatessen. Era una plaza muy silenciosa y acogedora.
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