Tanto en las caravanas del Atlas como en las trincheras de la rebeldía joven se pasaba el talismán de boca en boca: Marraquech, la bermeja, la risueña. Cuidado, se decían, para ir no hay que preparar maletas, hay que prepararse uno mismo. Puerta y antesala del desierto para unos, oasis de los sentidos y de la fantasía para trotamundos y apeados del tren de la vorágine. Sobre todo por aquel ónfalos de la Xemaa el Fna, una explanada amorfa, un escenario desangelado que sólo los personajes convierten en plaza y drama.
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