Las ciudades muy soleadas y con tradiciones que implican vida callejera y bullicio no parecen ser el paraíso para los aficionados a la lectura, una actividad que precisa de un ambiente poco ruidoso que favorezca la concentración y el repliegue espiritual. Madrid es, en ese sentido, una ciudad difícil para lectores callejeros, pero su luminosidad y su gusto por lo lúdico también es capaz de idear rincones para los que quieren, por unas horas, estar callados y a la vez en animado diálogo con la letra impresa fuera de sus casas.
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