Hay ciudades obsesivas que hacen o deshacen a los artistas. Ciudades que funden vida y obra, y cuyos espacios exteriores acaban por ser paisajes interiores. No se entiende la pintura de Giorgio Morandi (1890-1964) sin comprender esa ciudad de la que nunca se desprendió: Bolonia. Es lo que piensa Umberto Eco, que también ha tenido una relación íntima con esta urbe, la más porticada del mundo debido a sus 42 kilómetros de soportales. Los famosos bodegones de vasijas morandianos han de verse así, como arquitecturas seriadas que se repiten en mantras visuales.
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