Las escasas tascas que subsistían en Moscú cuando la Unión Soviética debían de ser tediosas, sí; pero la URSS se derrumbó en 1991 y, como en lo político, la ausencia de transición fue la norma para todo. La tolerancia con la propiedad privada derivó en que cientos de locales emergieran los dos siguientes decenios. Quizá ni siquiera esta conjetura explique bien por qué en la capital rusa hay bares que abren más de 20 horas diarias.
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