Son puertas que dan a su pasado, a la ciudad que fue la segunda del Imperio Británico, allá por el siglo XVIII, cuando detrás de alguna de ellas Georg Friedrich Händel se aprestaba a estrenar El Mesías en una de sus iglesias; o cuando Jonathan Swift, el ideador de Gulliver (no del todo original, pues en la tradición gaélica hay otros gigantes), fue deán de la catedral de San Patricio.Varias puertas en particular destacaría de Dublín, sacadas de ese baedeker doméstico y personalísimo del corazón que lleva su contenido por arterias que son como calles escogidas, en sístole que late con sus íntimas preferencias y devociones. No son éstas puertas de murallas (si se piensa en almenadas fortalezas, el castillo de Dublín es un poco decepcionante), sobre ellas no se pavonean blasones, no constituyen majestuosos pórticos o arcos del triunfo, sino más bien imágenes caseras, puertas cuyas bisagras ha engrasado el uso y cuya madera ha barnizado el brillo de la memoria.
Categorías:
Etiquetas:
0 comentarios
¿Quieres comentar? Regístrate o inicia sesión