Corría el siglo XII cuando Aymerich Picaud escribió en su guía de las peregrinaciones jacobeas que Estella era ciudad de buen pan, excelente vino, mucha carne y pescado y toda clase de felicidad. Cabría por ello esperar más de este peculiar hotel boutique, fruto de la rehabilitación de la fábrica de harinas Zaldú, levantada en el XIX a orillas del río Ega. Y no porque el proyecto del arquitecto local, Gorka Markuerkiaga (miembro de la familia propietaria, Markuerkiaga Ruiz de Alda), carezca de interés, sino a causa de algunas trampas ornamentales urdidas para ganar punch turístico y resignarse en cambio a padecer los efectos del asfalto, que se pega literalmente a la fachada principal del complejo. Su intervención respeta los antiguos silos con forma de nido de abeja, en los que encaja unos dormitorios hexagonales, muy pequeños; habilita la fábrica como lounge-bar (lo más espectacular) y deja la nave almacén operativa como salón de eventos.
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