Hay quienes sostienen que nunca es bueno regresar a un lugar que te fascinó en el pasado, ya que los cambios ocurridos durante tu ausencia pueden llevar a un lamentable desengaño. Se equivocan. De hecho, ya sabemos desde Heráclito que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, pero soy de los que piensan que, aun a riesgo de caer en la decepción, vale la pena contrastar el pósito dejado en la memoria con la realidad actual, por muy distinta que ésta sea; entre otras cosas porque volver a un lugar idealizado durante años nos ayuda a suavizar la nostalgia y nos lleva a recuperar sensaciones que creíamos olvidadas para siempre. Tomemos, por ejemplo, el caso de Turquía. He regresado varias veces a Estambul, la última hace tan sólo unas semanas, desde el primer viaje que hice allí en los años ochenta; he regresado varias veces a la ciudad y he tenido la fortuna de poder ver sus distintas caras: ennegrecida en invierno por la calefacción de carbón, cubierta de un manto de tristeza por una llovizna sin fin, exultantemente festiva por una victoria futbolística, con los viejos tejados vestidos de blanco por una inesperada nevada y castigada por el sol implacable del verano.
Categorías:
Etiquetas:
0 comentarios
¿Quieres comentar? Regístrate o inicia sesión