Dicen que las ciudades tienen la música que merecen. De ahí que el llamado Donosti Sound suene a letanía de pop lánguido, melancólico y con un punto bon vivant. Una idiosincrasia que algunos llaman, no sin envidia, el espíritu ñoñostiarra, cuando en realidad se refieren a la apacibilidad de un lugar en el que lo difícil es estresarse. Ni siquiera el sábado al caer el sol, a esa hora punta de trasiego de pintxos entre las callejas de lo Viejo, justo cuando se desearía disponer de un brazo extensor para alcanzar ese crujiente de txangurro o aquella croqueta de chipirón. Tampoco en verano, tres meses mágicos en los que, con un poco de suerte, se conjurará el buen tiempo y las benignas temperaturas medias (para julio y agosto, unos 25 grados) permitirán que San Sebastián palpite una vez más sacudida por los festivales: de jazz, en la plaza de la Trinidad; de música clásica, en el Kursaal, y de cine, simplemente, por todas partes.
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