El tango, ya se sabe, trasciende la condición de género musical. Buenos Aires lo concibe como una religión, una actitud íntegra para afrontar los avatares de la existencia. El asunto es serio, quién lo duda, así que se impone desenmascarar el Buenos Aires tanguero en compañía de algún cicerone cualificado que discierna bien entre los rincones bananas (sobresalientes, en jerga lunfarda) y los caladeros de ese turismo que piensa en dólares. Y nadie mejor para esta tutoría que La Chicana, la pareja sentimental y artística que integran Dolores Solá y Acho Estol. Sus discos (Canción llorada, el maravilloso Tango agazapado) han asombrado en Argentina y Europa por su actualización del legado de Gardel y la profundidad burlesca, canalla, casi surrealista de unas letras, las de Acho, que ya se estudian en las escuelas de psicoanálisis del país ("Después de mear las plantas se piró por la ventana, / te dejó por otra diva tu perrito pequinés").
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