No hagamos caso a los que califican a Montevideo como una ciudad "griste", que combina lo tristón con lo grisáceo. Será que no han sabido disfrutar de su bahía que se abre al gigantesco Río de la Plata, de sus playas de agua dulce, sus librerías, sus parrillas y su arsenal de lugares retro que le otorgan identidad a esta ciudad que, voluntariamente, ha decidido no tener prisa.
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