Uno debería poder mirar su ciudad con ojos de recién llegado, con la voluntad generosa del viajero entusiasta, con el humor fisgón del turista que no va a ninguna parte y que sólo aspira al extravío, que es la única fórmula científica para encontrarle el halo a los lugares. Pero lo cierto es que la ciudad propia se nos suele ocultar a los nativos por detrás de la ciudad misma. Se nos diluye su belleza entre los sedimentos de la costumbre, en el precipitado de la rutina; en especial cuando se trata de ciudades como Valencia, de belleza reservada, de encanto circunspecto.
Categorías:
Etiquetas:
0 comentarios
¿Quieres comentar? Regístrate o inicia sesión