Como tantas cosas en la vida, hace falta un poco de distancia para poder apreciar las muchas dimensiones de la ciudad de Nueva York. Y caminar sobre un delgado sendero suspendido encima de uno de los dos ríos que abrazan Manhattan es tal vez la mejor forma de hacerlo. Cruzar un puente en Nueva York a pie resulta especialmente mágico porque los paisajes urbanos son míticos, de película; pero también porque los puentes son una parte integral del trajín neoyorquino de todos los días. Y un día soleado, al ver los rascacielos brillando bajo el sol de mediodía; los buques que suben y bajan por las corrientes del puerto; los coches, ciclistas y peatones dirigiéndose a infinitos lugares de la metrópoli, uno se siente suspendido en el aire, casi en un sueño.
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