Encaramado al balcón terraza -en ese momento melancólico del día cuando la luz declina misericordiosa sus rayos sobre la tierra-, uno podría creerse demiurgo ante el soberbio esplendor que se extiende a sus pies. Sobre un promontorio rocoso de vertiginosa altura, el castillo palacio de Grignan nos hace vislumbrar lejanas luces y sombras de otra época. Delante, pero bien nítidos, divisamos la montaña de la Lance, el monte Ventoux y los encajes alpinos de Montmirail.
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