Existe cierto tipo de paisajes en los que uno se ve ver, se ve entre las cosas, entre los demás, en el decorado abierto de lo natural cuando lo natural resulta incontestable, imagen en la que uno está incluido y que, al mismo tiempo, está fuera de sí mismo. Recorriendo hacia el sur los valles calchaquíes, en el camino de Salta hacia Cafayate, a medida que ascendemos las nubes de la subcordillera andina nos van dando la pauta de nuestra altura. Atravesamos los pastos intermedios de las Yungas de la quebrada que forma el río Escoipe como un paisaje casi irreal, una selva media esclafada entre la sequedad inferior del valle y la superior de la cumbre, como si la humedad hubiese nacido abruptamente del corazón de la sequedad con tanta fuerza que se hubiese desintegrado en unos segundos.
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