París parece a primera vista una ciudad inabarcable y excesiva. Todo en ella es magnífico. Los números exceden la imaginación del visitante, los edificios lo abruman, la amplitud de las calles lo confunden. El turista tiene tantas y tantas cosas que ver que sólo el tiempo del que dispone parece pequeño. Y, sin embargo, existe también el reverso a esa moneda: un París escondido en pequeños rincones, casas, pasadizos, jardines recónditos; lugares llenos de encanto que, gracias a su discreción, han conseguido mantener intactas sus particularidades, en los que no discurren las horas.
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