Cuando Licia Martelli, arquitecta y diseñadora de cerámicas, se mudó a vivir y a trabajar en un antiguo garaje de Dergano, en la periferia norte de Milán, le bastó con ir a hacer la compra para percatarse de que la zona, apartada de los focos de las pasarelas, era un hervidero de creatividad. Un área tomada por jóvenes artesanos con cierto don por el diseño, y en las venas la sabiduría manufacturera que mezcla con provecho tradición, talento y tecnología.A su lado existía un taller donde con torno, hornos y mucha pasión la familia Puzzo producía cerámicas.
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