Lo primero que se pregunta uno al llegar a Alice Springs es por qué se le ocurriría a alguien levantar una ciudad en un lugar tan inhóspito, a centenares de kilómetros de cualquier otro núcleo de población que merezca ese nombre. En medio del desierto australiano, con un clima que combina temperaturas elevadas por el día con noches gélidas, asentada a orillas de un río que casi nunca lleva agua, nada hay allí que parezca atractivo para el asentamiento humano. Lo único que tenía que ofrecer a los colonizadores era su localización en el centro de Australia, a mitad de camino entre Adelaide y Darwin.
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