La perla de la Costa Azul, el epicentro de la Riviera francesa, ubicada entre Cannes y Montecarlo y a pocos kilómetros de la frontera italiana, enamoró con su luz a Matisse, con su glamour a Hitchcock y con su clima templado a ricos turistas de todo el mundo, que han convertido Niza en un balneario único: una rutilante urbe que se vuelca sobre una larguísima playa de un azul resplandeciente.El paseo de los Ingleses separa la playa de los refinados edificios que miran a la magnífica bahía de los Ángeles (cuyo nombre se debe a unos enormes peces, Squalina angelus, que allí proliferaban antes de la irrupción del tráfico marítimo): hoteles sobrados de estrellas, casinos, restaurantes caros y villas decimonónicas.Sorprendentemente, la playa no es de arena, sino de piedras pulidas por las mareas, lo cual no es obstáculo para que por la noche se anime con jóvenes que agitan en el aire bolas de fuego, inmigrantes haciendo algo parecido al botellón o parejas que se achuchan sin pudor.
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