Como también ocurre con algunas obras humanas como la Gran Pirámide o el Taj Mahal, y aunque uno las ha visto cientos de veces en fotos, no se está preparado para la grandiosidad de las cataratas de Iguazú. De la entrada al parque por el lado argentino, donde se encuentran los restaurantes y las tiendas de recuerdos, parte un trenecito ecológico que conduce, atravesando la selva, hasta una pequeña estación en las proximidades de las cataratas. Desde allí, una pasarela de dos kilómetros permite acercarse caminando sobre las aguas hasta el borde de la Garganta del Diablo, el mayor de los saltos, de más de 70 metros.
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