El Arlanzón y el Arlanza son dos ríos humildes, no muy caudalosos, cuyo nombre resuena en los versos del romancero. Pero ambos ríos no sólo pertenecen a la Castilla legendaria, sino también a la menos literaria de los labradores, ganaderos y mercaderes. En su curso bajo (el que visitaremos hoy) cambian el acento épico por el campesino y riegan enormes tierras campas, fértiles, casi llanas o suavemente onduladas, cuyo aspecto varía radicalmente con las estaciones y el ciclo del cereal: cuando germina, toda la campiña es verde y amable; alzada la cosecha, la monotonía de las rastrojeras sólo se alivia con algún árbol junto a los arroyos o los caminos. Uno se acuerda entonces de las palabras de Gómez de la Serna cuando afirmaba que si no fuera por los chopos, Castilla se moriría de pena.
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