Una mancha en los tests de Roschard. Eso era lo único que sabía de Croacia antes de visitarla: que su morfología se parecía a uno de esos borrones en los que ves cualquier cosa que desees ver. Y que su equipo de fútbol tenía una llamativa camiseta a escaques blancos y rojos. Y que de su capital, Zagreb, era el equipo de Drazen Petrovic, la legendaria Cibona, que había castigado el baloncesto europeo durante más de un lustro. Y que el país era uno de los añicos en los que se había fracturado la antigua Yugoslavia tras una devastadora guerra civil.
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