Clac, clac, clac... Cientos de moscovitas abandonan a paso ligero un tren de cercanías. Son las ocho de la mañana y hace una hora que aterrizamos en Moscú, primera etapa de un viaje que nos llevará hasta Mongolia. De un lado, una metrópoli con 16 millones de habitantes donde el capitalismo más ostentoso convive con los restos del comunismo: la hoz y el martillo, una limusina; un busto de Lenin, otra limusina. Del otro, el país con menor densidad de población del planeta, donde la naturaleza campa a sus anchas.
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