A mediados de 2002, el presidente Alejandro Toledo sufrió un serio descalabro cuando la población de Arequipa, furiosa por lo que consideraba un burdo engaño electoral, se lanzó a protestar contra la privatización de un par de empresas eléctricas de la región: gran parte de las calles del casco antiguo de la ciudad está empedrada, de manera que en la revuelta callejera que se inició por esos días se arrojaron aquellos antiguos adoquines contra el presidente y la ciudad quedó impracticable. Pero los mismos furiosos arequipeños volvieron luego para colocar los adoquines en su sitio, dejando así a la llamada Ciudad Blanca nuevamente como lo que es: el orgullo de sus habitantes, que se extasían frente a su verde campiña y ante los tres volcanes que -antes que una amenaza- parecen resguardarla de cualquier contingencia: el Chachani, el Pichupichu y el Misti, este último el verdadero emblema de los arequipeños. Todos rondan los 6.
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