Decía Talleyrand que "quien no conoció la vida antes de la Revolución, no puede saber lo que es la dulzura de vivir". Estamos en el siglo XVIII. Los hombres ocultan el pelo bajo grandes pelucas empolvadas y calzan sus pies con zapatos de tacón que resuenan por los suelos de parqué de los hoteles. Las mujeres llevan trajes largos con miriñaques y faralás, que han de recoger con las dos manos cuando bajan de las carrozas para no tener que pisar la mugre que cubre las calles de París.Éste es el París de los salones y de las logias masónicas, de madame de Pompadour primero y de María Antonieta después, del libertinaje, de la filosofía, de Rousseau, de Diderot, pero sobre todo de Voltaire.
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