Es media tarde, la niebla repta silenciosa desde el río por la plazoleta de San Cipriano hasta enredarse entre los muñones de los plátanos. Hace frío, las calles están vacías, pero las salas de la biblioteca pública bullen de gente. A las ciudades pequeñas como Zamora, de 60.000 habitantes, las cincela el impulso de ciertas personas; como Concha González, que dirige desde hace 30 años la biblioteca.
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