El exceso de belleza en Florencia y el hartazgo de goce estético pusieron malo a Stendhal. Por eso hay que andar con cuidado por Bloomsbury. En sus múltiples plazas las almas bellas aún pueden escuchar el eco de los pasos de sus ilustres inquilinos muertos: Swedenborg, Dickens, Yeats, Darwin, T. S. Eliot o Bob Marley.
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