Los desiertos defienden su intimidad con los espejismos, pero hay veces que lo imposible resulta ser cierto: en el desierto se pueden ver cocodrilos. En el Guelta de Matmata, en el macizo rocoso de Tagant, que separa el Sáhara de la costa atlántica en el suroeste de Mauritania, sobreviven completamente aislados desde hace unos 9.000 años y a más de 200 kilómetros del río más cercano, el Senegal, algunos ejemplares de cocodrilos del Nilo, cuyo tamaño es algo menor que el de sus congéneres debido a las condiciones extremas en las que tienen que vivir. Este sorprendente fenómeno biológico ha sido posible, según han determinado los científicos que los han estudiado, en buena parte españoles, gracias a que el agua de la charca donde habitan, que no supera los cien metros de ancho por cincuenta de largo en la temporada seca, mantiene una importante presencia de microorganismos de los que se nutren las algas que alimentan a los siluros, los peces igualmente cautivos en esa trampa mortal por los caprichos de la naturaleza, que constituyen la dieta principal de estos saurios fósiles.
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