Una ciudad dormida en una luz tenue". Fue ésta la primera impresión que provocó en Baudelaire la vista de Mantua, la antigua capital de los Gonzaga. Un mundo de palacios renacentistas, cúpulas y torres que se pueden divisar desde lejos, llegando de Verona (a tan sólo 30 kilómetros en dirección noreste), cuando el viajero aún no ha hecho su ingreso en el centro urbano y acaba de atravesar los campos de trigo que cubren la llanura lombarda. Tres lagos, formados por el río Mincio, rodean este pueblo con vocación de ciudad (50.000 habitantes), acotándolo como una península.
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