A nadie le extraña que haya tanta gente que peregrine a Santiago dejándose las plantas de los pies en las piedras del camino, o que se monte en una Harley para quemar el asfalto de la Ruta 66, o que se suba a una carreta para ir de romería al Rocío. Y sin embargo, seguro que a muchos les parece una excentricidad que yo no esté dispuesto a renunciar a mi mejor sueño: atravesar Aragón en un carruaje, de palacio en palacio.No es un sueño que acaricie desde niño.
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